El dulce verano daba pie a las mil y una conjeturas en las
que un futuro mordaz se presentaba tentando, a todo aquel que se pusiera por
delante, con deliciosas frutas que al morderlas brindarían experiencias que acabarían
siendo retenidas en las memorias de aquellos privilegiados que con arbitrariedad
divina serian escogidos para degustar el sabor de la plena felicidad, mientras
el resto de los mortales frustrados al no poder catar semejante placer se verían
abocados a sumergirse en el melancólico sentimiento de esta vez no puedo ser.