El sol yaciente daba respiro a un opresivo calor
para dar paso al frescor liberador de la noche mientras la suave brisa se
alzaba para de manera descarada agitar unos cabellos dorados con olor a flor.
Con las primeras penumbras fueron muchos los que
dijeron adiós a unas mansas aguas teñidas ya con escaso color pero ella allí seguía,
ella no estaba dispuesta a dar aquél adiós. Hubo un tiempo en el que ella
fue como ellos, un tiempo en el que compartía risas y diversión, un entonces en
el que en su corazón latía deprisa el amor. Aquél verano seria en blanco y
negro pero no había lugar al llanto pues más tarde o más temprano volverían a
su vida las motas de color.