Pasando de puntillas por la estancia de la casa señorial se
encaminó hacia el testigo mudo de los hechos acaecidos. En cuanto abrió las
puertas que daban acceso al cuidado jardín el olor de las flores frescas fue
conducido a través de la suave brisa para toparse con sus sentidos. Con el
mismo paso lento pero decidido se sentó en aquella butaca de sobras conocida, cerró
los ojos y disfrutó de aquella harmonía persistente que ni tan solo fue
perturbada el día que su corazón dejó de latir apagándosele la vida por siempre.
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