Un aire torrencial levantó el vuelo alzando la
fina tela de su vestido provocándole un escalofrío que le recorrió como si de
un rayo se tratase la espina dorsal. Los malos augurios dejaron de ser meras conjeturas para convertirse en una
realidad tan patente que hacia palpitar la tensión del ambiente como si fuese
un corazón agitado por la materialización de aquello que noche tras noche le
atenazaba en pesadillas. Pero ella no sentía miedo, tan solo la calma, tan solo
la quietud de aquel quien sabe que aquello tenía que pasar. El templo se lleno
del silencio que pronto seria su eterno compañero, aquel con el que compartiría
confidencias por la eternidad. Una luz cegadora lo invadió todo, después la
sacerdotisa fue sumergió en la nada. Aquel era su castigo por haber no haber
sucumbido a los deseos perversos de Príapo, el mismo que tiempo atrás la agasajaba con regalos y dulces
palabras mas ahora aparecía ante ella como la furia personificada anhelando la cruel
venganza sin atisbo de compasión. Condenada
a ser su esclava durante los siglos venideros esperaría agazapada, como sumisa
servidora, en su oscura prisión hasta hallar de nuevo la libertad negada
mediante la daga de Hefesto clavada en el negro corazón de su celador. Entonces seria ella
la que no tuviera compasión por aquel que en su lecho de muerte rogaría su
perdón.
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