La
temible ofensa a los dioses debía de tener como único resultado un ejemplar
castigo dónde fuese erradicado de la tierra todo ser implicado en los altercados
que habían constituido tal agravio. Los gritos
suplicantes llegaban al Olimpo en forma de notas musicales que entonaban
una melodía celestial. Mientras la sangre mortal corría por el agua de los ríos
y las llamas destruían ciudades que habían presumido de indestructibles, el
sabor de la ambrosia se fundía con el dulce regusto del regocijo en los
paladares de aquellos que saciaban sus ansias de venganza. Pero no todos se
deleitaban con tan intensos sabores, pues de todos ellos había alguien que reprimía
las ganas de escupir tal manjar pues se le antojaba lo más amargo que jamás pudo
probar. Cansada de comportamientos bochornosos, se armó para entrar en batalla tan
desigual dando la espalda a sus allegados. Estos escandalizados por tal
temeridad no eran capaces de entender el afán por querer salvar a unos salvajes.
Ella con risa irónica no pronunció palabra ¿Quién era más salvaje unos humanos hastiados
de veranar a dioses a rogantes o unos dioses que encontraban en el dolor ajeno el
remedio para colmar su diversión? La respuesta era rebelada mientras el humo entraba en sus pulmones y la sangre de desconocidos manchaba su piel mientras en el aire flotaba el sonido de risas lejanas venidas de otro mundo que se complacían ante tan cruel situación.
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