Unos
ojos del color de la miel seguían sus pasos perdidos por las dunas del desierto.
Escudriñar la figura que buscaba entre el
gentío del sequito que la custodiaba se le entornaba ardua tarea. Entonces
cuando el sol brillaba en lo más alto del firmamento uno de sus cálidos rayos se
derramó sobre unos ropajes dorados y rojizos para alumbrarle el camino a seguir.
Era ella.
Un
sable desenfundado rompió el aire y un manto de arena se alzó acotando lo que
se convirtió en el escenario de una corta batalla. Demasiados hombres para ser
vencidos por un tan solo por un escuálido muchacho y sus agallas. Ya de rodillas
a sabiendas de no tener salvación una voz familiar y fría le espeluznó cuando
su propia hermana ordenó su ejecución. Las riquezas y la vida en palacio
consiguió borrar de su memoria que ella era una muchacha humilde que un dia fue
robada para convertirse en una ramera más del aren del sultán. Pobre inocente
que se atrevió a renegar de su familia viendo correr la sangre de su hermano;
ella jamás pudo imaginar que una vez su belleza caducara seria el recuerdo de
un despojo ya olvidado sin una vida a la que poder regresar.
Vaya historia, a veces no vale la pena preocuparte por aquellos que no lo hacen por si mismos.
ResponderEliminarLa imagen una preciosidad.
Además Azulina... te das cuenta de que cualquiera te puede traicionar, triste pero es verdad
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