En
medio de una oscuridad impenetrable propia de las profundidades del océano, una
luz apareció. Parecía alumbrar el camino que condeciría a la intrépida sirena a
su nuevo destino. Cuando tan solo estaba a unos escasos centímetros aquella luz
parecía abrirse para transportarla quizá
a un mundo muy distinto al que ella conocía. Con cautela se abrió paso entre
las aguas para asomarse y saciar una curiosidad que sabía que algún día le jugaría
una mala pasada. Meditándolo después, quizá ese día llegó. A pesar de observar
aquella luz con atención no conseguía discernir nada hasta que una imagen se
formuló con claridad. Se trataban de unos entes extraños que vivían en un mundo
que a simple vista carecía de agua. Además estos no tenían una cola de sirena
como la suya sino dos aparatejos extraños, largos y rígidos que sustentaban el
resto del cuerpo y que a través de un sistema mecánico, que se le antojaba
complejo, les permitía desplazarse de un lugar a otro. ¿De qué le sonaba
aquello? Entonces lo recordó. Había escuchado hablar de esos seres en los
cuentos infantiles, pero jamás consideró la posibilidad de que realmente existieran.
Eran humanos y no eran una fantasía. Sus divagaciones se rompieron. La luz la envolvió y
sintió como unas manos fuertes tiraban de ella.
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