Sin
tiempo ni siquiera para poder recuperara las fuerzas perdidas a causa de la
batalla acaecida con el enemigo, escuchó como las tropas se acercaban con un
sigilo que ellos creían perfeccionado pero que en realidad era demasiado tosco
para unos oídos cómo los de ella, los cuales eran unos privilegiados capaces de
escuchar a leguas de distancia el bombeo de la sangre de todo humano, animal o
ser viviente. En aquellas condiciones no se veía con la capacitación suficiente
para enfrascarse en una nueva lucha en la que tendría todas las de perder. Era
irónico, pensó, pues la razón de tal persecución no era otra que darle caza por
ser considerada altamente peligrosa por aquellos que se hacían llamar humanos
pero que la realidad era bien distinta, pues tal y como demostraban sus actos no
eran otra cosa que simples salvajes ignorantes que se limitaban a destruir
aquello juzgado cómo amenazador por serles desconocido. Al igual que ella
muchos otros de su misma especie se encontraban en semejante situación; unos
optaban por esconderse, otros por luchar. Con el enemigo cada vez más cerca y
sintiendo como las últimas fuerzas la abandonaban, acarició la dulce idea de
rendirse para dejar de sufrir, para dejar de padecer. Cuando la resignación la
encontró no vino sola pues le acompañaban dos espíritus de ave fénix. Según sus
creencias se trataba de uno de los mejores augurios, entonces supo que se
proclamaría vencedora. Con la energía y
la fuerza vital recuperada, tan diminuta como era, hizo frente al gigante
enemigo sin rastro ya de aquel temor que la hizo dudar de una salida victoriosa.
Jamás dejó de luchar, jamás titubeo ante el enemigo.
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