Un
beso en la frente fue repartido equitativamente entre los dos niños cerrando
así ese pacto no pronunciado que mantenían con su madre, que no era otro que el
de ser buenos y obedientes relegando para otras horas los juegos que de otra
manera los mantendrían en un estado perpetuo de duermevela dejando a un lado el
sueño nocturno.
Tras
que las luces fueran apagadas por una madre confiada y la puerta se cerrara con
todo la lentitud del mundo para no romper la quietud de la estancia, fue el
mayor de los hermanos el que se acerco al lecho de su hermana pequeña rompiendo
así una promesa con la que nunca estuvo desacuerdo mas siempre cumplió siendo
esta noche la excepción. Su hermana siempre obediente ante los dulces deseaos
de su madre esta vez tuvo que apartar la sumisión procesada pues la ocasión así
lo requería. Aquella no era una noche más, era la última que pasaría al lado de
su hermano. Por motivos que no fueron claros, tan solo alegando que era por su
seguridad, pocos días atrás se les fue comunicado que cada uno de ellos partiría
a rumbo distintos por un tiempo no concretado. Aquella noche seria testigo de
las últimas horas de juego que los dos hermanos compartirían alejando por instantes
breves la inquietud propia de una separación a edades demasiado tempranas. Pese
a la voluntad invertida, la menor de los dos lloró ante el temor de la soledad,
mas en este punto su hermano hizo acopio de una madurez que no tenía para dar
un consuelo que no tenia. Fue entonces cuando le hizo saber a su pequeña
hermana que jamás la dejaría desamparada y que siempre que la soledad llamará a
su puerta para amenazarla no tenía más que mirar la estrella más brillante del
firmamento, la que él cada noche miraría, dónde cada noche su alma posaría para
dar consuelo si así lo requería a aquella dulce niña con la que su sangre compartía.
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