Un
libro de encuadernación rústica llamó poderosamente su atención. Al abrirlo el
perfume impregnado en sus páginas venido de otro tiempo se fue a encontrar con
el rostro de un niño que a partes iguales sentía alegría y resquemor por el hallazgo.
Estando a solas en el rincón de su habitación comenzó a leer por una página
cualquier viendo con asombro como a medida que los ecos de una lectura
silenciosa se abrían paso en su mente cobraba vida ante sus ojos unas líneas
que hasta ese instantes habían permanecido inertes. Así fue como se dibujaron
ante él escenas i paisajes que jamás podrían ser alcanzados por un medio
distinto a la fértil imaginación propia de un infante. Sin espacio a dudas, aquella
tarde de verano fue menos calurosa gracias a esa dulce sensación del calor
sofocado en cuanto su piel fue salpicada por el agua salada de un océano de
colores poblado de galeras piratas mientras al mismo tiempo sentía la
viscosidad de unos enormes tentáculos que se liberaban de las páginas que los
aprisionaban buscando libertad, la misma que aquel niño anhelaba hallar entre
aquellas páginas escritas por un autor desconocido.
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