El
calor sofocante poco ayudaba a disipar sus dudas. Si no se decidía a hacerlo
ahora sabía que jamás lo haría. Había llegado el momento de dejarlo todo atrás
sin dejar espacio a la melancolía y apartar de un manotazo todos los recuerdos
que la retenían en aquel lugar. La casa solitaria le brindaba una silenciosa despedida
postrándose ante la valentía de aquella conocida habitante que entre sus muros
creció conociendo fugaces momentos de felicidad
e innumerables momentos amargos. Así con escaso equipaje, pues un padre labrado
a la vieja usanza le repitió sin cesar que aquella casa era un techo que tan
solo la albergaba de prestado y que de allí poco o nada le pertenecía, abandonó lo que fue su hogar.
El
sol brillaba e incidía sus rayos sobre el capó del automóvil haciendo brillar,
con más fuerza si cabe, una carrocería resplandeciente que la invitaba a dar
inicio un largo trayecto que daría comienzo a una nueva vida, quizá esta le
brindará la felicidad eterna o quizá no, pero lo importante es que seria la que
ella hubiese escogido; sería una sin reproches, sin explicaciones y sin odios callados
que la consumían ahogándose sin un porvenir.