Unas
simples gotas cayendo con premeditado silencio se mezclaron en el vino añejo
como si se tratasen de un aderezo de
gustoso sabor. Lentamente se fundieron en el rojo líquido para no dejarse ver y
cumplir su labor. Unos labios se posaron sobre le fino cristal para encontrar sin
saberlo su final. Ninguno de sus sentidos lo alertaron del peligro pues consiguieron
ser engañados ignorando lo que tenía que acontecer. Al poco la intensa jaqueca le
reprochaba con fuerte dolor el exceso de confianza ante una anfitriona que se deleitaba
ante la situación. Los ojos del invitado se apagaban; los de la anfitriona se
iluminaban admirando su propia capacidad de actuación, pues no cree en los
remordimientos y por tanto no afana ningún perdón. El veneno sobrante fue
guardado quedando a la espera de actuar en una próxima función.
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