Lo
que antes eran suaves olas que proporcionaba un dulce balanceo capaz de
sumergir a una prisionera en un profundo letargo permitiéndola escapar momentáneamente
de la amargura de un cautiverio provocado por piratas que cumplían con todos
los estereotipos de las gentes de su rango, se convirtieron en feroces golpes
que pronto la trasladaron de vuelta a su cruda realidad. Demasiado tiempo de travesía
para poder ser calculado sobretodo con la dificultad impuesta por no ver la luz
del día, convirtiendo así todas las
horas en eternas noches. Con el miedo palpitando en su interior uno de los
toscos marineros le trajo no solo el olor a ron sino también la noticia de la
tempestad que hundiría el navío. Ya en cubierta, toda la tripulación se olvido
de su condición de prisionera pues todos dejaron sus papeles de lado demasiado
ocupados en mirar de frente al temido final. Las primeras gotas de agua se
posaron sin haber solicitado el permiso pertinente, mostrando así un descaro
que en ningún caso les hacia sonrojar, sobre la fina piel de dama de exquisitos modales. Perdiendo el
miedo y la desazón, eternas compañeras en los últimos tiempos, sintió como punzadas
de luz se instalaban en su corazón para darle la valentía suficiente al acto
que protagonizaría a continuación. Ojos cerrados, un ligero impulso, después
vino el frió húmedo, después el silencio ensordecedor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario