Con
el despojo de una vida que poco a poco se diluía en la memoria, se decidió a
emprender una nueva vida alejada de los campos de trigo que prometían ser el
sustento de una vida monótona que no estaba hecha para ella pues su soberbia no
se lo permitía. Con la esperanza como compañero de viaje y una maleta
destartalada con harapos de cenicienta, piso el asfalto frio de la gran ciudad.
De eso habían pasado ya vente años y poco quedaba de aquella jovencita. La vida
llevada le había corrompido; señora de prestigiosa fachada pero vacía por
dentro ahora lloraba bajo la lluvia por el ser despreciable en el que se había convertido.
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